El Gorrión de la Lengua Cortada

EL Gorrión de la Lengua Cortada

El gorrión de la lengua cortada

Era otoño y estaba amaneciendo. El bosque se hallaba encendido con el rojo e los arces. Las grullas se deslizaban hacia los campos pantanosos de arroz para desayunar; en las orillas del rio las ranas croaban a grito pelado; y el monte Fuji, envuelto en nubes, resollaba ociosa y tranquilamente en el lejano horizonte. Era una estación y una mañana que penetraba deleitosamente en el corazón del viejo leñador, y ni su pobreza ni la cortante lengua de su irascible esposa perturbaban su quietud y felicidad al cruzar el bosque en busca del combustible diario con su espalda encorvada y llevando en su mano un fornido palo.

Como los pájaros lo conocían y sabían que era un amigo amable y cortes, trinaban a su paso o saltaban de rama en rama a lo largo de su camino en espera de que les echase al suelo los granos e mijo que siempre llevaba para ellos en una pequeña bolsa que le colgaba del cinto de su quimono. Se había acabado de parar para echarles el grano en el suelo cuando por encima de sus gorjeos escucho el plañidero lamento de !chi-chi.-chi! !chi-chi-chi!. Parecía proceder de unos matorrales cercanos pero no se veía nada. El leñador, pensando que algún pájaro estaba en un aprieto, fue raudo adonde parecía provenir el lamento y apartando los matorrales, vio a un pequeño gorrión tirado en el suelo, quejándose con temor e incapaz e moverse. Levantándolo suavemente con ambas manos para examinarlo, comprobó que una de sus patas estaba herida. Metió al gorrión en su pecho a través e su quimono y regreso inmediatamente a su casa con el fin de asistir a aquella pequeña e infeliz criatura.

Su mujer estallo en improperios contra el al saber la razón de su retorno y le puso de hoja de perejil al conocer el proyecto de tener que alimentar otra boca, aunque fuese tan pequeña como la del pájaro. El leñador, ya acostumbrado a su viperina lengua, se movía silenciosa e indiferentemente, solo con el propósito e atender al gorrión. Deposito al animal en un viejo trozo de ropa que había en un rincón y le dio de comer arroz hervido y blandos granos de mijo. día tras día cuido del pequeño pájaro, y con tan inquebrantable devoción. que cuando cayeron las primeras nieves, tenia la pata curado y el cuerpo totalmente restablecido.

Mientras que estuvo enfermo, el gorrión raramente salía de la jaula que el leñador le había confeccionado, pero al irse fortaleciendo empezó a aventurarse mas. Solía posarse sobre la estera de paja o sobre el pórtico de madera que había en el exterior, pero siempre con un ojo alerta sobre la mujer del leñador que lo aborrecía y no perdía oportunidad de atacarlo con la escoba y de amontonar sobre su cabeza la ira de los siete dioses del trueno.

Con el leñador en cambio era diferente. El gorrión adoraba a su gentil salvador y el viejo hombre por su parte amaba al animal con todo el calor de su tierno corazón. Cada noche se posaba en el tejado de cañas de la choza para esperar su vuelta del bosque. Cuando le veía salir de los oscuros arboles, lanzaba una excitada bienvenida con su !chun-chun-chun!, y volaba alrededor de su cabeza, se sentaba en su hombro y le cantaba en el oído.

Por las mañanas era distinto. Tan pronto como el gorrión veía que el anciano se preparaba para salir, se ponía a alborotar en el rincón de la jaula y a cantar su lastimero !chi-chi-chi! !chi-chi-chi!. El leñador, igualmente triste por tener que abandonar a su amigo, cogía blandamente en sus manos al pequeño animal, le acariciaba las suaves plumas y le decía:

-!Bueno, bueno! ¿crees que te dejo para siempre? Tranquilízate, amigo. Volveré antes de que la ultima luz abandone los arboles.

Una mañana el anciano se fue como siempre, después de haberle dicho a su esposa que cuidase muy bien al gorrión y que te diese algo de comer durante el día. La vieja mujer se limito a lanzar un gruñido, murmuro una maldición, y empezó a hacer los preparativos para lavar los quimonos de algodón para lavarlos. Luego tuvo que limpiar los tendedores con el fin de colocarlos e rama a rama de tos arboles. Sobre ellos tenían que extenderse de manga a manga los quimonos para que se secaran rápidamente con la suave brisa que soplaba a través de las hojas. Después coloco una cantidad de su precioso suministro de harina de arroz en una olla y lo mezclo con un poco de agua para que se convirtiera en una blanca pasta. Hoy llevaba un especial cuidado en la preparación de esta mezcla porque estaba disponiendo los mejores quimonos que tenían ella y su marido para el advenimiento ceremonioso de la primavera, y era su costumbre empaparlos en la pasta de arroz con el fin de que recibieran una lustrosa brillantez. Aunque su provisión e comida era normalmente escasa, siempre se las arreglaba para aportar la suficiente cantidad de esta harina para el ritual anual. Después de dejar la olla en el exterior, se aplico por entero a la larga tarea de frotar y empapar, empapar y frotar, hasta que los quimonos estuvieron limpios y frescos como jóvenes cañas de bambú. Ya era bastante mas de mediodía cuando terminaba la tarea, y el pobre gorrión, ahora hambriento, cantaba lo mejor que sabia para ganarse el corazón de la mujer y los granos de mijo.

Pero como si nada. Ella continuaba con su colada como si el pájaro no existiera y las agrias líneas de su cara le decían que ella no tenia intención de darle nada para comer desesperado, voló hasta el pórtico y al ver la olla se posos en su borde. Sea lo que fuere la pasta que había dentro, tenia buen aspecto, olía bien, y… “sabe delicioso, !chun-chun!” trino el gorrión al mismo tiempo que metía su pico en la rica pasta y esta acariciaba su lengua.

-!Oh que plato! !Vaya descubrimiento! -gorjeo con deleite.

Y bajo una y otra vez su pico y no se sintió satisfecho hasta que el fondo de la olla apareció petado y limpio en el sol de mediodía del invierno. El gorrión voló desde la olla hasta la veranda y estaba disponiéndose a echarse un sueñecito bajo la luz del sol cuando la vieja mujer regreso con los quimonos para sumergirlos en la pasta. Al ver la olla vacía todo su cuerpo empezó a temblar de odio y de cólera, y agarrando al gorrión antes de que este tuviese tiempo de escapar, aulló:

-!Has sido tu, has sido tu! !Has sido tu, glotón y comedor de basura! Pero voy a acabar para siempre con esas canciones que nos dedicas. ¿Lo oyes? !Para siempre!

Con la voz elevada hasta el limite, saco un par de tijeras de su bolsillo, obligo al gorrión a abrir el pico, le corto la lengua con las afiladas cuchillas y arrojo a la pobre criatura al suelo. El gorrión levanto y agito el polvo, batiendo con sus alas el suelo en agonía. Los gritos de dolor se formaban en su garganta, pero ningún sonido salía de su pico. Muchas veces intento levantarse de la tierra, peros sus sufrimientos parecían haberle anclado allí. Girando y girando lucho y revoloteo. Luego, con un ultimo esfuerzo de su pequeño cuerpo lleno e dolor, se levanto en el aire y desapareció por entre las copas de los arboles.

Cuando el leñador regreso a casa aquella noche se sorprendió muchísimo al no oír la usual bienvenida al acercarse a la choza. Su amigo no se veía por parte alguna. Y ningún alegre “!chun-chun-chun!” rompía el silencio de la noche. Disgustado e intranquilo fue derecho a la jaula, pero la encontró vacía. Volviéndose a su mujer, pregunto:

-¿Donde esta nuestro pequeño Chunko?

-La puerca criatura se comió toda la pasta de arroz; así que le he cortado la lengua y lo he echado a la calle. Sera mejor que se quede donde este ahora; porque ya no puedo soportar mas a ese miserable -replico colérica la mujer.

-!Que despreciable eres, que despreciable! -grito angustiado el leñador, como si su lengua hubiese sufrido el destino de la del pequeño gorrión-. !Que cosa tan cruel y malvada has hecho! !Pero lo vas a pagar muy caro! ¿Dónde estará ahora mi pequeño amigo? ¿Adonde se habrá ido?

-Por mi parte, cuanto mas lejos este mejor -salto la mujer, indiferente a la pena de su marido-, !que bastante hemos hecho por el!.

Aquella noche el leñador no pudo dormir. Se volvió y giro ansiosamente pensando en su pequeño pájaro, llamándolo de vez en cuando con la esperanza de que pudiese contestarle. Cuando por fin llego la luz de la mañana, se levanto y se vistió rápidamente para marchar en seguida al bosque a buscarlo. Durante un buen rato estuvo vagando y gritando:

-Gorrión de la lengua cortada, ¿Dónde estas? ¿Dónde estas ? Ven aquí, pequeño Chunko. Pero solo oía las respuestas del croar de las ranas, los chillidos de las cigüeñas que volaban sobre su cabeza y los trinos de los pájaros del bosque. El alegre y sencillo canto de !chun-chun-chun!, no se oía por ninguna parte. Durante toda la mañana y parte de la tarde estuvo buscando al animal, olvidándose de comer o del cansancio y con el pensamiento puesto únicamente en encontrar a su pequeño amigo. Cuando la oscuridad empezó a adueñarse del bosque, transformando los sombreadores arboles en formas de amenazadores gigantes y bestias feroces, el hombre se sentó al pie de un árbol, exhausto y desesperado, pero aun llamado a voces:

-Mi pequeño Chunko de la lengua cortada, ¿Dónde estas? ¿Dónde estas?

Atribulados por la tristeza de la voz del leñador, algunos gorriones que se habían posado en las copas de los arboles por encima de el, descendieron para saludarle y hablar con el. El anciano se puso contentísimo al verles y les pregunto por su amigo. Los pájaros estaban hondamente conmovidos por la pena que dejaba notar el leñador, y después de cuchichear entre ellos, le dijeron:

-Abuelo San, conocemos muy bien a tu Chunko y sabemos donde vive. Síguenos y te conduciremos hasta su casa.

El leñador, olvidándose de cualquier pensamiento acerca de su cansancio, se puso en pie y anduvo detrás de los gorriones. Durante largo rato les estuvo siguiendo en la oscuridad, hasta que por fin llegaron a un claro en el que, debajo e un techado de musgo, y rodeado de renuevos de bambú, había una casa alegremente iluminada con lamparas que colgaban de las vigas del techo.

Inmediatamente salió a saludarle una bandada e gorriones que se alinearon ante el y se inclinaron reverentemente hasta que sus picos tocaron el suelo. Lo introdujeron con toda cortesía en la casa y lo ayudaron a quitarse los zuecos y a ponerse una suaves zapatillas en los pies. Después lo condujeron a lo largo de un pasillo e brillante madera de cedro hasta una habitación que tenia una alfombra completamente nueva. Aquí se quito cortésmente las zapatillas y entro descalzo. Los gorriones corrieron las cortinas de una sala interior en donde se encontraba el pequeño chunko rodeado e una bandada de sirvientes, sentados en el suelo y esperando su llegada.

-!Oh, pequeño amigo! !Al fin te he encontrado! Te he estado buscando en cada árbol del bosque con el fin de llevarte conmigo a casa y consolarte y pedirte perdón por la maldad de mi esposa. ¿Y tu lengua? ¿Esta ya curada? !Como he padecido por ti! Estoy contentísimo de volver a verte -dijo el leñador con las lagrimas corriéndole por las mejillas.

-!Gracias, gracias, abuelo! Estoy completamente curado, gracias. También yo siento mucho placer al volverte a ver -lloro el pequeño gorrión que voló hasta el hombro del leñador para que este le acariciara suave y tiernamente.

-Pero ven que te presentare a mis padres -dijo el pequeño Chunko.

Y diciendo esto, el gorrión lo condujo a otra alcoba donde le presento a sus padres que ya sabían del rescate de su hijo de la muerte y la gran bondad que había mostrado el leñador durante los largos días de su enfermedad. Inclinándose reverentemente, los pájaros padres expresaron su agradecimiento al anciano, murmurando con profunda gratitud que la obligación que ahora tenían con el jamás podrían pagársela. Llamaron a los pájaros sirvientes y les ordenaron que preparasen una fiesta. Como invitado de honor que era, sentaron al anciano muy cerca de la alcoba en la que colgaba un rollos de seda con la inscripción de un poema. El viejo leñador estaba muy sorprendido por la esplendidez de la mesa y de sus viandas. Los palillos eran de marfil puro, las tazas de sopa estaban bañadas en oro, y las fuentes procedían de las mejores caleras de la tierra. Un plato exquisito seguía a otro plato exquisito y todo era servido con delicadeza y buen gusto.

Después del banquete entro un grupo de jóvenes gorriones elegantemente vestidos con quimonos de alegres colores, y para acompañar a los dos pájaros mas viejos -uno tocaba las cuerdas de la samiceny el otro cantaba la letra de la canción- ejecutaron la famosa y clásica danza “el viento entre las hojas el bambú”.

En aquel momento se levanto un ligero vientecillo en el bosque de bambú del exterior que meneaba las hojas en armonía con las dulces voces de los bailarines que se juntaban a la letra de la canción. Cuando la danza hubo terminado y murió el viento de entre las hojas, los bailarines se inclinaron reverentemente antes de desaparecer en la habitación interior. Casi inmediatamente apareció un segundo grupo cuyos componentes llevaban unos parasoles al son de “tom, tom, tom”. Y las lamparas que colgaban de las vigas seguían el ritmo de la danza. Los ojos del leñador se avivaron, de vez en cuando seguía el compas con sus palillos y se hallaba perdido en la alegría de la maravillosa escena.

La música se acabo y los bailarines saludaron y se marcharon. El hombre empezó a pensar en su esposa y con disgusto dijo a sus anfitriones que debía regresar a casa. Los gorriones se apenaron muchísimo y trataron de disuadirlo por todos los medios para que no se fuera, pero el leñador dijo que no estaría bien dejar por mas tiempo sola a su esposa y que debía volver a su casa. Nunca antes había sabido que la vida pudiera ser tan buena, tan alegre, tan agradable. Nunca jamás olvidaría aquella noche y la rara bondad e sus honorables anfitriones. Pero ahora tenia que marcharse. Por eso no le presionaron mas. Luego el pájaro padre hablo:

-Honorable y gentil leñador, sabemos de tu grandeza de corazón y del cariñoso cuidado que prestaste a nuestro hijo único. Has llegado a amar a Chunko como si fuera tu hijo y Chunko te quiere como si fueses su padre. Queremos recordarte que nuestro humilde hogar siempre será el tuyo, que nuestra indigna comida será tu comida y que todo cuanto poseemos estaremos siempre dispuestos a compartirlo contigo. Mas esta noche queremos que aceptes un regalo nuestro como prueba de nuestra ilimitada gratitud.

Al decir esto los pajadores servidores trajeron dos cestas de mimbre que depositaron en el suelo, a los pies del anciano.

-Ahí tienes dos cestas -continuo el pájaro padre-, una es grande y pesada; la otra es pequeña y ligera. Cualquiera que escojas, honorable amigo, es tuya, y te la damos con los mejores deseos por parte de todos nosotros.

El leñador se hallaba profundamente emocionado y las lagrimas anegaron sus ojos. Durante mucho tiempo estuvo mirando al pájaro padre sin poder articular palabra. Al fin dijo:

-No quiero muchas posesiones de este mundo. Soy viejo y frágil y mi tiempo sobre la tierra no será demasiado. Mis necesidades son muy pequeñas. Así que aceptare agradecido la cesta mas pequeña.

Los pájaros sirvientes llevaron la cesta hasta la salita de la entrada y allí la cargaron a la espalda del anciano y le ayudaron a ponerse los zuecos. Todos los gorriones se congregaron a la puerta para despedirle.

-!Adiós, mis pequeños amigos! !Adiós, pequeño Chunko! !Cuídate mucho! Ha sido una noche maravillosa que jamás olvidare, dijo el anciano, y saludo cortésmente muchas veces. Con un movimiento final de su mano abandono el bosquecillo y desapareció en las tinieblas del bosque con una bandada de gorriones volando delante de el para señalarle el camino.

Cuando llego a su casa las nubes ya centelleaban con el sol de la mañana. Encontró a su esposa tan enfadada debido a su larga ausencia como una tormenta de noviembre, y su furia se desato sobre la cabeza del pobre leñador. De pronto, al ver la cesta que llevaba a la espalda, su cólera se detuvo.

-¿Que es eso que llevas en la espalda? -dijo llena de curiosidad.

-Es un regalo que me han hecho los padres del pequeño Chunko -replico el marido.

-Bien, ¿por que entonces te paras ahí tan estúpidamente y no me lo cuentas todo? ¿De que se trata ? ¿Qué te han dado esas criaturas? !No te que es ahí parado como si estuvieses muerto! !Baja la cesta de la espalda y mira que tiene dentro! -regaño con su violenta voz. Y cogiendo las correas, bajo la cesta de su espalda y abrió en seguida la tapa.

Un esplendor de confusa brillantez cegó momentáneamente sus avariciosos ojos, porque dentro había quimonos tan suaves como el roció de la mañana y teñidos con los pétalos de las flores silvestres, rollos de sea extraída de las plumas de las cigüeñas, ramas de coral procedentes de los mares del cielo, y ornamentos mas centelleantes que los ojos de los amantes. Los dos estuvieron mirando el silencio, sorprendidos y extasiados. Todas eran riquezas que sobrepasaban la imaginación.

-Los sueños de un poeta -murmuro el anciano, y otra vez penetro en el silencio.

La mujer sumergió sus manos en la cesta y dejo que los ornamentos le pasaran por entre sus temblorosos dedos.

!Somos ricos, somos ricos, somos ricos! -repetía una y otra vez.

Posteriormente el anciano relato la historia de su aventura desde el principio. Cuando su esposa escucho que había escogido la cesta pequeña cuando podía haberse quedado con la grande, estallo furiosa:

-¿Que clase de estúpido marido tengo? Traes a casa una cesta pequeña cuando con un poco mas de molestia podías haberte traído dos veces esta cantidad de tesoros. Seriamos el doble de ricos. Hoy mismo iré yo en persona a visitar a los pájaros. No tendré tan poco sentido como tu. Ya me las apañare para regresar con la cesta grande.

El anciano leñador discutió con ella y le rogo que se conformase con lo que ya poseían. Tenían mas riqueza que muchos reyes, lo suficiente para ellos y para todas las generaciones de parientes. Pero los oídos de la mujer estaban distraídos por los pensamientos e su mente avariciosa, y agarrando su bata salió disparada hacia la casa de los pájaros.

Como quiera que su marido le había dado una buena descripción de la situación de la casa de los gorriones, antes el mediodía estaba ya en sus inmediaciones.

-Gorrión de la lengua cortada, ¿Dónde estas? ¿Dónde estas pequeño Chunko? !Ven aquí! -grito.

Pero su voz era cortante y ni siquiera sus blandas suplicas podían ocultar su naturaleza pendenciera. Paso bastante tiempo antes de que apareciese ningún pájaro. Al fin dos gorriones vinieron volando desde la casa para preguntarle únicamente que era lo que quería.

-He venido a ver a mi pequeño amigo Chunko -respondió la taimada.

Sin añadir nada mas, los gorriones la condujeron a la casa donde salieron a recibirla los pájaros sirvientes quienes, callada y reservadamente, la llevaron a lo largo del pasillo hasta la habitación interior. Tenia tanta prisa que rehusó detenerse para quitarse los zuecos de madera, con lo que los gorriones quedaron horrorizados ante modales tan insolentes y de mala educación. Cuando la vio el pequeño Chunko, voló aterrorizado hasta una viga el techo.

-!Aja! Ya veo que estas completamente recuperado, mi pequeña cosa. Ya sabia yo que en realidad no te había hecho mucho daño -dijo con voz melosa.

Después se olvido de toda modestia femenina y de la fría atmosfera que la rodeaba, para decir:

-Tengo mucha prisa. Por favor, no os molestéis en bailar para mi. Y tampoco dispongo de tiempo para comer nada. Pero como he venido dese tan lejos, por favor, dadme rápidamente un regalo como recuerdo de mi visita, y en seguida me marchare.

En silencio, los pájaros sirvientes trajeron dos cestas, una grande y pesada y otra pequeña y ligera, y las colocaron delante de ella.

-Como regalo de despedida -dijo el pájaro padre-, acepta por favor una e estas cestas. Como ves una es grande y pesada; la otra pequeña y ligera. La que elijas será tuya.

Casi sin esperar a que el pájaro padre terminara de hablar, la anciana señalo inmediatamente la cesta grande.

-Es tuya -dijo el pájaro gravemente.

En la salita, con muchos suspiros y soplidos, los gorriones cuando se bajo la cesta de la espalda y abrió inmediatamente la tapa. Tuvo que retroceder horrorizada la ver que de la caja salían unos monstruos y demonios cuyos ojos echaban llamas, las bocas humo y los oídos emitían nubes sulfurosas. Algunos tenían siete cabezas con cuernos que colgaban y rodaban sobre sus cuerpos, otros tenían brazos que se movían como serpientes, ondulantes y buscando a ciegas a través del sulfuroso aire. Los cuerpos, delgados, espigados e hinchados con los cuernos de las conchas del gran mar, flotaban arriba y abajo; entre ellos había uno que tenia el semblante de una muchacha con pelo negro ondulante cuyo único rasgo era la cuenca de un solo ojo colocada en el centro de una cara blanquísima. Todos ellos subían y bajaban y se movían sobre el horrorizado cuerpo de la vieja mujer.

-¿Donde esta esa ambiciosa y malvada mujer? -gritaban, y los serpenteantes brazos la tentaban y le retorcían todo el cuerpo.

De repente, todos los monstruos chillaron juntos con una voz ruidosa y estridente.

-!Ahí esta! !Ahí esta esa vejarrona de mal corazón! Echemos sulfuro en sus ojos para que nunca mas sean avariciosos. Abracémosla contra nuestros hinchados pechos para destruir la maldad de su carne. Piquémosla y mordámosla con nuestras agudas lenguas hasta que se muera, !se muera!, !se muera!.

Llena de pánico, sintiendo su cuerpo helado, la vieja mujer salió huyendo. A través del bosque, de las zarzas y del agua corrió a la velocidad del viento, mientras los monstruos la perseguían alocadamente.

-!Piquémosla, mordámosla, echemos sulfuro en sus ojos, pinchemos su carne con nuestros endurecidos pechos! -iban gritando.

-!Oh, Buda, sálvame! !Sálvame de estos diablos! -gritaba la mujer.

Sus cuerpos flotaban por encima de ella, sus culebreantes brazos se alargaban par cogerla. De repente hubo un estallido de luz entre los arboles. Era el sol que se ponía y que hacia aparecer el cielo rosado y dorado. A medida que el resplandor dorado invadía el bosque, los monstruos retrocedían con gritos desmayados, y volviéndose espavoridos, se desvanecían en la oscuridad de los arboles onde ya no se vieron mas.

La vieja mujer se detuvo, sin aliento y temblando, y si cuerpo enfermo por cada poro. La brillantez del bosque estaba ahora decayendo, y temiendo el retorno de los monstruos, se marchó en seguida, exhausta y temblando a cada paso.

Cuando llego a su casa su marido, conmovido por su lastimoso estado, salió corriendo para ayudarla hasta el pórtico, donde se sentó palpitando antes de poder hablar.

-¿Que te ha ocurrido? ¿Qué te ha ocurrido? Por favor, dímelo -rogo el anciano.

Su mujer, después de relatarle la historia, dijo:

-Durante toda mi vida he sido de mal corazón y avariciosa. Esta es la retribución que me merezco. He recibido mi lección, amarga, pero quizás no tanto como la vida que yo te he dado a ti. Ahora se lo mala que he sido. Pero dese este momento reformare mis caminos. Tratare de ser una mujer mas bondadosa y mas dócil, y una mejor esposa para ti, querido marido.

El hombre coloco su mano sobre su hombro y los dos comprendieron que los malos días habían pasado para siempre. Durante los años que les quedaban ni un mal deseo ni una mala palabra pasarían jamás por los labios de la mujer.

Los gorriones se convirtieron en sus mejores amigos y los unos se devolvían las visitas a los otros. Mucho tiempo después los ancianos murieron, y los gorriones conmemoraron la historia del anciano y la anciana en una canción, y hasta donde yo se, todavía la siguen cantando a sus hijos.

extraído del libro.- Cuentos y leyendas Japonesas

imagen extraída de pinterest

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